Doc Mellhorn and the Pearly Gates 'He was Just a Good Doctor and He Knew Us  Inside Out' | by Infinit Healthcare | Medium
Doc MELHORN And The Pearly Gates DE NORMAN ROCKWELL

No hace tantos años, o eso me gustaría pensar, cuando pillabas algo que no mejoraba con unas aspirinas, cama y caldito, se llamaba al médico por teléfono.

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Allí se pasaba la primer filtro, el médico, preguntaba y decidía si tenías que ir a su consulta mañana por la mañana, o salir corriendo, si es que la cosa tenía mala pinta, o que esperases a que se pasase por tu casa a hacer «la visita».

Eran tiempos en los que era muy importante «hacer cama» y no «coger frío», dos cosas que ayudaban a aislar al enfermo y a procurar que no pillase infecciones oportunistas, ni que las transmitiese.

Recuerdo bien al médico de mi infancia, pequeño y dinámico, con un bigote bien recortado y gafas ligeramente ahumadas.

El médico llegaba cuando llegaba, a veces temprano, a veces tardísimo, en función de las urgencias que fuese encontrando por el camino.

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Llegaba a casa con su maletín negro repleto de extraños y relucientes artilugios, oliendo a colonia, impecablemente vestido, con sus manos frías y su estetoscopio helado. En esa época que aún no se llamaban fonendoscopios.

Te examinaba en menos de un minuto y sabía exactamente lo que te pasaba.

En caso necesario, cuando estabas moribundo, te resucitaba, con una saeta de su jeringa, llena de contundentes antibióticos, que te sacaba de la cama en menos de dos días y sin joderte la flora intestinal.

Obviamente a las pobres bacterias no les daba tiempo de hacerse resistentes ni a contagiar a nadie, quedando esa cepa erradicada allí mismo por defunción fulminante.

Tras el tratamiento, llegaba el momento de tomarse un «scotch», como previo pago de las molestias ocasionadas, mientras charlaba con los padres y revisaba al resto de la familia, con su ojo avizor.

En esa visita casi obligatorio de la primera bronquitis del invierno, revisaba de paso, si alguien tenía que comer más filetes o tomar hierro, si había por ahí algún desarreglo hormonal, de un jovenzuelo o anciano, así como hacer alguna recomendación sanitaria sobre la casa, si era necesario. Encalar alguna zona, ventilar las habitaciones o solear las mantas.

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El pago en metálico podía esperar, en función de las circunstancias de sus pacientes, que siempre pagaban agradecidos.

Finalmente desaparecía fugazmente de la misma forma que había aparecido, mientras tosía secamente camino del coche, a la vez que se encendía un cigarrillo con su mechero dorado. Obviamente como todos los otros médicos, él también fumaba.

Nuestro médico trataba a niños y ancianos, sabía atender un parto, poner una escayola, curar una gripe y operar una apendicitis.

Su consultorio, que estaba dotado de todos los refinamientos del momento, incluido una pantalla de rayos X y un microscopio, por si necesitaba examinar alguna muestra, o verificar un cultivo.

También colgaban de sus vitrinas intimidantes serruchos de acero reluciente y extraños aparatos, que parecían de tortura.

Si el arsenal de medicinas prefabricadas de la farmacia, carecía del remedio adecuado, era capaz de redactar una receta de letra ilegible, sólo descifrable por el boticario, quien diligentemente preparaba una «fórmula magistral».

Él siempre estaba disponible las 24 horas al día para un urgencia. Pero obviamente al médico no se le molestaba con chorradas. No se le pedían «recetas», ni «partes de baja», ni tenían que tratar a enfermos imaginarios o gente deprimida o solitaria. A esos los mandaba a casa o a ver al cura del pueblo.

Él solo curaba con sus conocimientos científicos, no con burocracia ni con protocolos. Nadie le discutía sus criterios, ni tenía que seguir ninguna directriz emanada de un escalafón superior. Porque él no era un burócrata, ni un científico, era un artistas. Era un MÉDICO.

Cuando la palabra holismo aún se tenía que buscar en los diccionarios, esos médicos ya lo practicaban, sin necesidad de recurrir a analíticas, protocolos, ni recomendaciones farmacológicas, que ellos miraban con suspicacia.

LA CATÁSTROFE DE LA TALIDOMIDA – Hablemos de Ciencia

Las muestras que los visitadores farmacéuticos le dejaban, las probaba con cautela y las descartaba si no ofrecían los resultados esperados.

Para los médicos, por encima de aquello que las industrias farmacéuticas les pudiesen ofrecer, estaban sus pacientes, que formaban parte de su «tribu» desde que habían nacido y debía velar ante todo por su salud, además de ser quienes le daban el sustento y la consideración social.

Estaba muy reciente la catástrofe de la Talidomida, provocada por una empresa farmacéutica alemana sin escrúpulos, que había causado malformaciones a miles de bebés.

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Fue el primero de muchos deslices de la «medicina guay,» cuando esta cayó en manos de multinacionales farmacéutica y alimentarias. Junto a nuevos medicamentos sintetizados y poco probados, empezaron a circular otras extrañas recomendaciones, promovidas por los «nuevos médicos», como evitar la leche materna, esterilizar chupetes y criar a los nenes en una burbuja aséptica.

Estos médicos que trabajaban en clínicas o seguros privados ya no estaban disponibles las 24 horas, ni conocían a sus clientes, ni les preocupaba mucho que les pasaba después. Se especializan en áreas concretas, que les desconectaba de los pacientes ya que probablemente los verían solo un par de veces en su vida. Esta nueva medicina provenía de los EEUU, donde los hospitales y las UCis de urgencias habían proliferado, transformándose en un lucrativo negocio, donde las horas de cama de hospital rendían más que un hotel de lujo.

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LOs MITIFICADOS Y GUAPOS MÉDICOS DE URGENCIAS

Este tipo de medicina fue la que se priorizó en el sector público, quizá porque también llevaba importantes inversiones en edificios y equipamiento con las correspondientes importantes comisiones, llegando al ridículo en algunos casos, de disponer de sofisticada maquinaria sin disponer de presupuesto para el personal necesario para manejarla.

Poco a poco la cantidad de grandes hospitales fue creciendo en detrimento de la atención primaria, como símbolo del «progreso». Pero a la vez que crecía el número de camas, los médicos se dieron cuenta que la supervivencia de los enfermos no mejoraba, sino que empeoraba por las infecciones cruzadas, resultando en que era preferible mandar a casa a la gente lo antes posible, que mantenerla en el hospital.

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La razón era que el caldo de cultivo bacteriano de los hospitales, llenos de gente inmunodeprimida, tratada con antibióticos sintéticos, por vía oral, que por si fuera poco, degradaba la defensa inmunológica intestinal, era un lugar perfecto para que las cepas resistentes a los antibióticos desplazasen a las otras, pudiéndose hospedar en algún desgraciado o familiar que pasase por ahí.

La eficacia de la «bala mágica» de la medicina, los antibióticos, se estaba perdiendo, lo que llevó a restringir su uso, cosa que no ha hecho mejorar su utilidad, ya que las cepas resistentes se siguen «cultivando» en los hospitales.

Hoy en día la burocracia médica, especializada y compartimentada en ginecólogos, pediatras, geriatras, dermatólogos, oncólogos y especialistas en las lesiones del metacarpiano del pie izquierdo, ha perdido el contacto con la realidad de que están tratando, no ya con el individuo, sino también con su entorno, su familia, la capacidad que tendrán para seguir las recomendaciones y tratamientos, y su comprensión de los mismos.

Encerrados en unas torres de marfil mastodónticas, pero vacías de contenido, tienen que batallar horas con diferentes pacientes a los que apenas pueden mirar a la cara, mientras rellenan fichas y recetas, de enfermedades que ellos no pueden tratar y que, siguiendo los protocolos deben derivar al especialista correspondiente, haciendo solo una labor de simple «triaje».

En función del atasco del especialista, puede tardar semana o meses en tratar algo, que probablemente se podría haber curado en primera instancia a tiempo, con los medios adecuados.

Oh The Bureaucracy Of Helping Sick People | Medical jokes, Legal humor,  Medical humor

Por encima de estos desgraciados burócratas-médicos, planean organismos nacionales e internacionales, regidos por cargos políticos que deciden por ellos, qué tratamientos, qué protocolos y qué medicamentos se pueden o no administrar.

Obviamente las empresas farmacéuticas tienen mucho más interés en asaltar a esos organismos todopoderosos, que ir convenciendo a cada uno de los médicos para que use sus medicinas. Médicos que además carecen del poder decisorio para hacerlo.

Pero los médicos de antes, son los responsables de que muchos estemos hoy aquí con un grado de salud y longevidad nunca visto. Los Baby Boomers somos los hijos de la penicilina y consecuencia de esos médicos. Fue realmente un aumento de supervivencia, no de natalidad.

Dudo mucho que los jóvenes que no han gozado de esa cercanía y supervisión, lleguen a nuestra edad con la salud y la larga vida que ha tenido esta generación, sufriendo ya como sufren de alergias, intolerancias, enfermedades crónicas, problemas psicológicos o neurológicos a unas edades que lo máximo que pillábamos era una bronquitis por jugar al fútbol mientras llovía, bronquitis que en muchos casos era una tuberculosis, pero que pasaba inadvertida, gracias al contundente tratamiento antibiótico.

No nos debemos dejar engañar por la propaganda farmacéutica, hoy en día no ha aumentado la longevidad gracias a ellos, ha aumentado gracias a los avances en la cirugía y porque esas generaciones han llegado con pocos achaques, gracias a esos médicos que nos trataron y cuidaron al principio. Desgraciadamente la medicina actual está transformando a la sociedad en enfermos crónicos y asustados, en muchos casos de enfermedades irreales o sobredimensionadas.

Pese a los supuesto controles farmacológicos siguen colándose medicamentos con efectos nocivos, como los 58 de esta lista que no han sido retirados.

Hoy en día según la OMS mueren cada año 2,6 millones y de personas y otras 138 millones se ven afectadas por errores médicos. No por eso dejamos de ir al médico, ni cerramos hospitales ni les prohibimos ejercer su profesión.

Dudo mucho que el médico que me atendía de pequeño se esperase a una vacuna contra el COVID, ni que impusiese una cuarentena en su pueblo que llevase a la ruina a las familias de sus pacientes. Probablemente buscaría y probaría tratamientos hasta encontrar el mejor, que a su vez trataría de difundir entre sus colegas. Todo lo contrario de lo que está pasando.

Creo que no vamos bien. Pero hacer comprender eso a los médicos-funcionarios no va a ser fácil.

Why are some doctors STILL so rude to patients' loved ones? | Daily Mail  Online

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